COMIC EUROPEO, EL GRAN DESCONOCIDO POR LA MAYORÍA

La popularidad del cómic ha crecido en los últimos años hasta convertirse en un medio de referencia. Actualmente, por fin podemos decir que goza de buena salud y su influencia en otros medios como la televisión o el cine lo han transformado en un elemento clave de la cultura popular. Pero a pesar de todo, en el mundo del cómic siguen existiendo grandes desconocidos para el gran público y, aunque parezca increíble, el Comic Europeo, es uno de ellos.

Difuminado entre el apabullante éxito del cómic de superhéroes americano y la pujante trayectoria del manga, el Comic Europeo ha quedado relegado a las estanterías de una élite lectora.

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EL NACIMIENTO DEL COMIC EUROPEO

La historia del cómic no empieza ni en los Estados Unidos ni en Japón. Los cómics nacieron en Europa. Hablar de la historia del Comic Europeo es hablar de la historia del cómic. Y su nacimiento está inevitablemente ligado a un movimiento franco-belga conocido como la Bande Dessinée.

La Bande Dessinée aparece alrededor de 1830, cuando se publican en los primeros periódicos de masas pequeñas caricaturas políticas de una sola viñeta, que enseguida se hacen populares ante un público que no domina necesariamente la lectura. Rodolphe Töpffer se considera el padre de la historieta moderna. Este dibujante poseía un internado, a cuyos alumnos entretenía dibujando breves aventuras acompañadas de pies de viñeta que incluían los diálogos y explicaciones de las escenas. Poco a poco comenzó a publicarlos, y logró que tuvieran bastante difusión.

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El siguiente paso fue la sustitución de las explicaciones extrasecuenciales por los globos de diálogo o bocadillos, que se generalizarían y popularizarían en 1929 con Las aventuras de Tintín, del belga Hergé. El cómic alcanza entonces cotas de popularidad nunca vistas, convirtiéndose en un fenómeno de masas, y dirigiéndose de forma casi exclusiva al sector juvenil de la población.

En el periodo de entreguerras las historietas estadounidenses comienzan a ganar terreno en el mercado europeo que ve desaparecer varias revistas de historietas por culpa de esta tendencia. Pero tras la II Guerra Mundial, el cómic franco-belga se recupera rápidamente, y alcanza un nuevo nivel de expansión gracias a la competencia entre dos revistas, Tintín y Le Journal de Spirou, que encarnarían las dos primeras escuelas del cómic europeo: la Línea Clara, y la Escuela de Marcinelle.

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La Línea Clara es pionera en el mundo de la historieta. Surge por primera vez en Tintín, y se distingue formalmente por el uso de líneas depuradas, colores simples sin juegos de luces ni sombras, y mundos realistas y detallados, que contrastan con lo caricaturesco de sus protagonistas en lo que se conoce como efecto máscara. Sus historias, casi siempre del género de aventuras, están profundamente documentadas y suelen ser políticamente correctas. Otros autores que trabajaron en la revista Tintín y practicaron este estilo fueron Jacobs, creador de Blake y Mortimer, Jacques Martin, autor de Alix y Lefranc, Bob de Moor, Paul Cuvelier o Jacques Laudy.

Por su parte, la Escuela de Marcinelle comienza su andanza también en Bélgica allá por 1950, con las historietas de Spirou y Fantasio, los personajes creados por Robert Velter (Rob-Vel). Otros célebres autores de la primera época de esta escuela son Morris -creador de Lucky Luke-, Gastón Lagaffe y su Marsupilami, o Los Pitufos de Peyo.

El cómic europeo evolucionó mucho más tras los años setenta, prácticamente libre de clichés editoriales, como los superhéroes, que acaparaban toda la producción en EEUU. De esta forma, el auge de nuevos géneros como la fantasía y la ciencia ficción fueron afrontados con perspectivas originales e incluso experimentales. Uno de los cómics más destacados de estos tiempos es Corto Maltés, del italiano Hugo Pratt.

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